El Tí Usebio no durmió bien esa noche, el reuma que se le había agarrao a los “cuadriles” no lo dejó descansar, no paró de dar vueltas en la cama, lo que le hizo “aberruntar” que no iba a ser un buen día de trilla, y se confirmó cuando al amanecer había nubes coloradas de cara a Portugal. A lo largo de la mañana vio que el sol no tenía buena color, había “demudación”.
Después de almorzar bajo la sombra del carro, observó que el ambiente se va poniendo pesado, caldeándose y cargándose de humedad, una «bruja» venía levantado una “polvoreda” por el camino La Devesa, la pareja de vacas y las burras tiraban del trillo de manera perezosa, y los rapaces no querían salir de la sombra del carro, hasta las moscas estaban empalagosas de más… mala pinta traía la tarde.
Al rato fuertes ráfagas de viento comienzan a soplar de la Sierra de Abajo que confirman sus sospechas, viene la tormenta. Manda sacar a los animales de la parva y comienzan a “emparvonar” en un gran montón en el centro, cuando se oyen lejanos los primeros truenos, ya se ve que “relampa” .
Todos se santiguaron y se encomendaron a Santa Bárbara para que al menos no venga la tormenta “cargada de piedra”.
«Si en mayo oyes tronar, echa la llave al pajar»
Estos días de primavera y durante el verano, son propicios para la venida de tormentas cargadas de truenos, relámpagos, agua y piedra que no suelen dejar agradables resultados en los campos.
«Cuando el sol mucho calienta, aberrunta tormenta»
No es el sol abrasador del verano alistano el que causa daños irreversibles en las cosechas. Cualquier agricultor experto sabe que la mayor amenaza para las cosechas es la acción que causan las fuertes e imprevistas tormentas de primavera y verano.
«Tormenta en junio, estropea el campo y el fruto»
Desde la antigüedad, el miedo a las tormentas ha ido dando lugar a un sinfín de rituales, mitad paganos, mitad religiosos, destinados a la protección de los enseres, animales y de las propias personas.
No solo arruinaban lo sembrado, producían incendios. Triste recuerdo las tormentas del mes de julio de hace tres años, que provocó uno de los dos grandes incendios causados por un rayo en la Sierra de la Culebra, que comenzó en término de Riofrío.
A veces mataban a personas y animales. Según la superstición, también entorpecían labores domésticas: el pan no se fermentaba antes de la hornada y los huevos que estaban empollando las gallinas ponían huevos “gurones” o hueros (que se malogra su incubación).
«Santa bárbara se amienta, tan sólo cuando hay tormenta»
Una tradición que ha perdurado en el tiempo es encomendarse a algunos santos, en particular a santa Bárbara, la protectora contra el rayo por excelencia, o abogada contra las tormentas entre otras cuestiones. Su nombre forma parte de numerosos conjuros y retahílas.
«Santa Bárbara Bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en la vida y en la muerte
debéis acordaros de mi »
¡Pater Noster, Amén Jesús!
Buscando elementos de protección ante las terribles tormentas que podían dar al traste con las cosechas, desde antiguo los pueblos se agarraron a milagrosos remedios.
«Cuando hay tormenta, con Dios se cuenta»
La fuerte presencia de la religión en muchos ambientes rurales, hizo que la Iglesia empleara para prevenir y apaciguar los efectos de tales tempestades remedios naturales, como por ejemplo los toques de campanas o los “disparos de cuetes”.
El lanzamiento de cohetes se hacía cuando se veía aparecer nubes negras en el cielo, con el fin de que «la nube se abriera y, en vez de caer piedra, lloviera».
Hoy, con técnicas más modernas y depuradas, pero herederas de alguna manera de aquellas prácticas, «bombardean» las nubes con yoduro de plata para disolver los granizos.
También se mantiene en algunos sitios la costumbre de tocar alguna campana al acercarse el nublado.
La comarca de Aliste, conserva entre sus costumbres ancestrales el toque del “detentenublao”. Se suponía que con el sonido de las campanas, las temidas tormentas veraniegas, que arruinaban las cosechas y condenaban al hambre a muchas familias, pasaban de largo o cambiaban el granizo, «la piedra», por agua.
El toque de campana iba acompañado de una letra apropiada, con el repique del “detente nubrao” se cantaba o recitaba:
«Tente nubrao
no vengas tan cargau
nu mates a la gente ni al ganau
ni a la uveja que está n’el prau,
ni al curderu q’anda n’el ganau»
En Losacio de Alba tocan la campana de la ermita de la Virgen del Puerto en dicha ocasión y, además, cuando hay algún parto difícil en la localidad y cuando algún vecino es sometido a una operación quirúrgica de importancia.
Las tormentas eran también conjuradas con prácticas religiosas en forma de rogativas, ritos y conjuros.
La primera consistía en encender, al escuchar el primer trueno, la vela que había ardido ante el Señor durante el Jueves Santo, la llamada «Vela María». La costumbre persiste todavía en muchos hogares.
Los ramos de laurel bendecidos el Domingo de Ramos se colocaban en las ventanas y corredores de las casas como protección contra las brujas, el diablo y los rayos caídos durante las tormentas.
«Ni bruja ni demonio,
ni trueno ni rayo,
hará daño a un hombre
donde haya laurel»
Cuando amenazaba tormenta se quemaba el laurel y romero recogido de la “cama” que con ellos se le hacía donde reposaba el Bendito Cristo el Viernes Santo.
Este temor por las tormentas también se inculcaba a los niños desde muy pequeños, estos eran machaconamente advertidos por las madres y las abuelas de la necesidad de resguardarse en casa tan pronto se viera el “cielo nubro” o se levantaran «brujas» o remolinos de polvo; y, estando ya en ella, apagar la luz eléctrica si estaba encendida, cerrar todas las puertas para evitar las “balaburdias” o corrientes de aire, no acercarse a las ventanas, encender la ya comentada vela que ha ardido en el monumento de Semana Santa, la Vela María, hacer la señal de la cruz cada vez que se oye un trueno y empezar a rezar y a pronunciar la conocida oración a Santa Bárbara.
El miedo de los niños aumentaba con la narración de determinadas leyendas que oían de labios de sus madres o abuelas: a fulanito, estando en el campo, le cayó un rayo y mató a él o a los burros que llevaba, se dice que el pelo de los animales atrae los rayos. A otro le cayó un rayo mientras estaba en la cama con la ventana abierta y le quemó las sábanas; uno tenía una piedra del rayo que encontró después de una tormenta.
Sucesos, en fin, que se contaban unos a otros, que llegaban a atemorizar a las gentes y en las que cualquier desastre, como podía ser el ocasionado por una tormenta, dejaba una huella imborrable, y su recuerdo transmitido generalmente de forma oral, perduraba durante muchas generaciones, distorsionándose o transformándose hasta llegar a ser un mito, por desgracia, a veces ocurrió.
Algo bueno de las tormentas, poco, si acaso el buen olor que queda en el campo después de una tormenta.
«Tras la tormenta siempre llega la calma»
Nuestros vecinos portugueses se conjuran con esta jaculatoria:
ORAÇAO A SANTA BÁRBARA
Santa Bárbara bendita
Lá no ceu está escrita
Num papel com agua benta,
Livre-nos desta tormenta
Que a leve lá para bem longe
Pr’a onde nao haja pao nem vino
Nem flor de rosamarinho
Nem mulher com meninos
Nem vacas com bezerrinhos
Já os galos cantam,
Já os anjos se levantam,
Já o Senhor está na cruz
Para sempre, amém Jesús