La víbora áspid (Vipera aspis) es quizás la serpiente más fascinante y, a la vez, temida de las tres que habitan en la región leonesa.
Es una serpiente de tamaño medio que puede alcanzar hasta los 85 cm de longitud. Su piel presenta un patrón de colores que varía entre el gris, marrón y negro, con una característica banda dorsal oscura en zigzag. Es bien conocida por agricultores y ganaderos de la región, debido a su cabeza triangular y sus ojos con pupilas verticales, lo que le otorga una apariencia distintiva y, para muchos, intimidante.
Vive principalmente en áreas montañosas y forestales, donde puede disfrutar de su ambiente preferido: terrenos rocosos y soleados, con suficiente vegetación para camuflarse y cazar. Estos hábitats proporcionan el equilibrio perfecto entre el refugio y la disponibilidad de pequeñas presas, como roedores, aves y lagartos.
Esta víbora es principalmente diurna, aunque durante los meses más cálidos del verano suele cazar de noche. Su comportamiento es generalmente esquivo, prefiriendo huir antes que enfrentarse a una amenaza. Sin embargo, si se siente acorralada, no dudará en defenderse con su veneno, que es potencialmente peligroso para los humanos, aunque rara vez letal con tratamiento médico adecuado.
Como depredador tope en su ecosistema, la víbora áspid juega un papel crucial en el control de las poblaciones de roedores y otros pequeños animales. Esto ayuda a mantener el equilibrio ecológico y a prevenir la sobrepoblación de ciertas especies que podrían convertirse en plagas.
Aunque no se considera una especie en peligro de extinción, la víbora áspid enfrenta varias amenazas, entre ellas la destrucción de su hábitat debido a la expansión urbana y agrícola, y la persecución humana por miedo o desconocimiento.
La educación y la concienciación son esenciales para cambiar la percepción pública sobre esta especie y promover su conservación.