El Dr. José María García-Osuna presenta su esperado nuevo libro “La guerra de las comunidades de los reinos de Castilla y de León”, un riguroso estudio sobre los movimientos comuneros desde 1520.
Prefacio
En todos los textos que sean precisos, y cuando aparece solo el erróneo concepto de Castilla, introduzco, por ortodoxia absoluta histórica e historiográfica, el de León y el de Toledo, reinos y ciudades representantes en Cortes, y con identidad obvia de y pertenecer, y que la ulterior desidia historiográfica lo ha anulado falsa e inexplicablemente. El rigor siempre persigue mi trabajo como historiador. Si existe un león rampante o pasante o sus ciudades y ciudadanos en los escudos, documentos y emblemas regios, existe en su titulación sin ambages el Reino de León.
En este nuevo acercamiento al fascinante mundo de la Historia, he decidido acercarme, a un tema histórico extrañamente conocido, del que siempre se dialoga, y obviamente no se puede indicar que sea casi ignoto, pero sí siempre muy manipulado.
En el mismo pretendo demostrar y estimo, modestamente, que lo he conseguido, la existencia indubitable de Comuneros en el Reino de León, sin negar por supuesto los de los Reinos de Toledo y de Castilla, que tuvieron una prístina diferenciación identitaria, pero de intereses comunes. Lo que se demuestra en los textos utilizados, en los que se utiliza las palabras ‘destos reinos’, siendo obvio que se refieren, cuanto menos, a los de Castilla y de León, e inclusive al de Toledo.
Como siempre, en todos mis múltiples libros anteriores, he utilizado multitud de textos, sin el más mínimo sesgo dirigido, para subrayar lo que defiendo. Lo mismo he utilizado en la bibliografía, y todos y cada uno de cuyos libros ha sido consultado, y son de mi posesión y pertenencia.
Y es lógico pensar que las gentes de todo linaje y condición, que se enfrentaron el Jueves Santo de Sangre en la Catedral de León, gritaron algo alusivo al Reino de León, al que pertenecían, y como habrían hecho, unos años antes en la proclamación de la Reina Juana I como soberana de la Corona de León. “¡Por León, por León, por León, y por todo su reino, por la reina Juana!”.
Se trata de la rebelión o, porque no decirlo, de la revolución que conllevó lo que se define como ‘LA GUERRA DE LAS COMUNIDADES’, que finalizó con la pena de muerte por decapitación, por sentencia regia de Alta Traición, de los Comuneros de los Reinos de Castilla y de León y de Toledo, en la batalla de Villalar, en un lluvioso, desapacible y tormentoso 23 DE ABRIL DE 1521.
Las tropas realistas estaban comandadas por el Condestable de los Reinos de Castilla y de León, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, que era el gobernador de dichos reinos, por estar en ese momento el soberano en Europa, para ser coronado como emperador en Aquisgrán/Aachen.
Los capitanes comuneros ajusticiados más significativos fueron: el capitán de Toledo, Juan de Padilla (su esposa era María Pacheco. “La leona de Castilla”. Hija del II conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza y Quiñones), el castellano de Segovia, Juan Bravo (su mujer/1519 era María Coronel. Nieta de Abraham Senior/Senneor/Seneor. Converso al cristianismo como Fernando Pérez Coronel, y previamente Rabino Mayor de España), y el de Salamanca/Reino de León, Francisco Maldonado (su esposa fue Ana Abarca. Hija del doctor Fernando/Gabriel Álvarez Abarca, catedrático de Medicina en Salamanca, y médico de cámara de las Reinas de Castilla y de León, Isabel I y Juana I).
Concretamente, el licenciado Martín de la Villa, denunciante en el juicio contra los comuneros de Salamanca, indicará que: “Los diputados por los linajes Francisco Maldonado y San Miguel merecen mil muertes por alborotadores y malos”. (Archivo General de Simancas, 139/309. 4 de mayo de 1521. Medina del Campo).
Desde siempre, y de forma inexplicable, aunque comprensible, se ha intentado manipular este hecho, que yo considero esencial para el devenir ulterior de las Españas. Quizás hubiese sido positivo una victoria o, cuanto menos, un empate, para poder negociar a satisfacción de ambos bandos, y de esta forma aquella novedad sociopolítica, encarnada en los comuneros hubiese podido modernizar a los Reinos de Castilla y de León y de Toledo.
Luego las GERMANÍAS intentarían algo similar en los Reinos de Aragón, sobre todo en una de sus partes, como era el Reino de Valencia.
Como ocurre casi siempre, desde 1230, se ha tratado de borrar la esencia del Reino de León de toda la evolución historiográfica. En este caso es más lamentable, ya que la ciudad de Burgos, caput Castellae, estuvo en el bando del emperador, quien fue agradecido con dicha ciudad y con sus procuradores, como era de rigor.
En el presente trabajo, demuestro la existencia, palpable, de los Comuneros del Reino de León, el cual nunca ha sido de Castilla; entre otras razones, de mayor o menor enjundia, porque nunca existió ese concepto malhadado y ahistórico de Corona de Castilla; sino que la titulación regia, siempre, tras el Rey Fernando III “el Santo” de Castilla y de León, será precisamente el de ‘Corona de los Reinos de Castilla y de León’.
Para todo ello, aporto mi investigación sobre dichos comuneros legionenses, en un cuadro al final del presente inicio. Y, por cierto, entre los susodichos leoneses he descubierto y presento el nombre de varias mujeres; entre otras de mayor o menor enjundia deseo citar, nuevamente, el nombre de la eximia Ana Abarca, esposa que lo fue del salmantino Francisco Maldonado.
Esta mujer, como he indicado a priori, fue hija de un catedrático de medicina llamado Gabriel/Fernando Álvarez Abarca, quien sería el médico de las Reinas Isabel I y Juana I de Castilla y de León. Tras perder honor y hacienda, al ser la viuda de un degollado Francisco Maldonado, debió luchar, con todas las fuerzas que le otorgaba su cultura y su capacidad intelectual, para tratar de recuperar sus privilegios, sus tierras y hasta su casa, y de esta forma darle un futuro a su hijo, menor de edad, Rodrigo Maldonado. Con esta lucha inteligente lograría recuperar parte de sus bienes.
J. H. Elliott. ‘La España Imperial’. ‘Componentes de las Comunidades’:
“Como luchaban por una causa de un amplio interés general, los rebeldes obtuvieron un gran apoyo que parecía ignorar, a primera vista, las profundas diferencias sociales que existían en Castilla y en León. Aunque muchos campesinos lucharon en el ejército comunero, la revuelta era esencialmente un movimiento ciudadano, limitado en principio a las ciudades de Castilla la Vieja y de León, que habían tenido un contacto directo con el séquito flamenco de Carlos I. Pero, al parecer, dentro de las ciudades mismas el movimiento fue, al principio, general. El clero secular, los monjes y los frailes eran partidarios violentos de la revuelta, en parte quizá por temor a las nuevas ideas que llegaban a España desde Flandes y el norte de Europa. Gran parte de la nobleza urbana y de la hidalguía, como los Maldonado de Salamanca, simpatizaron también con los rebeldes. En cuanto a los grandes, se comportaron, en conjunto, con gran cautela. Aunque estaban de acuerdo con muchas de las reivindicaciones de los rebeldes, prefirieron mantenerse a la expectativa, como el duque del Infantado, y esperar a ver qué camino seguía la lucha antes de tomar posición”.
Por lo tanto, se puede considerar que participaron desde los ciudadanos de las ciudades, la denominada ulteriormente como burguesía, como inclusive personas del estamento nobiliario y hasta campesinos y obreros especializados (verbigracia pellejeros, etc.).
Sobre María Pacheco, mujer muy culta y versada en latín, griego, matemáticas, filosofía e historia, escribió el humanista e historiador Diego Sigeo “el Toledano” (Francia-Torres Novas/Portugal, ca. 1563), lo siguiente:
“Fue mi señora doña María Pacheco muy docta en latín, y en griego y mathemática, e muy leída en la Santa Escritura y en todo género de Historia, en extremo en la Poesía. Supo las genealogías de todos los reyes de España y de África por espanto, y después de venida a Portugal por ocasión de su dolencia, pasó los más principales autores de la medicina, de manera que cualquiera letrado en estas facultades que venía a platicar con ella había menester venir bien apercibido, porque en todo platicaba muy sotil y ingeniosamente”. (‘Relación sumaria del comienzo y suceso de las guerras civiles que llamaron las Comunidades de Castilla, de cuya causa se recogió la muy ilustre señora doña María Pacheco, que fue casada con Juan de Padilla, a Portugal, con quien yo, Diego de Sygi, vino’).
Califico, con más frecuencia, al monarca como Carlos V o ‘el Emperador’, en lugar del quizás más acorde con lo hispánico de Carlos I; pero sigo, casi a pies juntillas, su deseo, ya que el título de Emperador del Sacro Romano Imperio y Germánico era el que más le placía, y el más habitual entre los cronistas e historiadores de la época. Asimismo, se sentía muy borgoñón, por ello recomienda a su hijo, Felipe II, que no se olvide de recuperar, si puede, su ducado de Borgoña.
En resumen, la cuestión de las Comunidades es un hecho histórico de lo más complejo. No solo existe un rechazo evidente contra los flamencos que acompañan a Carlos V, por sus imposiciones y carencia de la moral habitual entre los hispanos; sino que también se critica muy acremente los comportamientos de los denominados como Grandes de España, que es la Alta Nobleza, muy apegada, siempre, a sus intereses muchas veces espurios, y tratando de quitarle derechos a las ciudades, inclusive realizando los mismos hechos contra los derechos inalienables o divinos del propio emperador Carlos V.
Inclusive existen textos o escritos donde los comuneros se quejan, amargamente, de la existencia de deservicio y desacato hacia el propio Carlos V. En todos los textos se escribe, por parte comunera, sobre su fidelidad indubitable hacia Carlos I, y, por supuesto, hacia su madre, la Reina Juana I de Castilla y de León. Hacia ella loan su dignidad y categoría innatas como persona y como soberana.
En todas sus cartas o escritos se trasluce un indudable fatalismo, por lo novedoso de la rebelión, y se observa, en los más paradigmáticos de los cabecillas de las Comunidades, una especie de sensación de ansiedad o angustia depresiva. Es indudable que hubo deserciones y traiciones, sobre todo por parte de magnates que habían equivocado el bando en el que estaban. Uno de los más señalados sería el de Pedro Girón, etc.
Las GERMANÍAS del Reino de Valencia tuvieron un aspecto más social que político. Su apresurada marcha a Alemania para ser coronado como emperador del Sacro Romano Imperio Germánico, le impidió visitar y ser jurado como Rey por el Reino de Valencia. Accedió a reconocer la organización militar gremial creada para defenderse contra las razzias de los corsarios berberiscos. La Junta conformada con trece síndicos artesanos, expreso el malestar de las clases populares al estar excluidas del gobierno municipal.
La Santa Junta hace y deshace, y no siempre acertadamente, en el nombramiento de sus capitanes, ya que prefiere a los más acomodaticios o manejables. Verbigracia, Juan de Padilla, que es uno de los más brillantes, no es de los más considerados por los políticos de la citada entidad.
Y, además, está el carácter rencoroso y vengativo, típico borgoñón, del emperador Carlos V, que desea acabar con la vida de todos los rebeldes sin perdón o redención. No obstante, existen imperiales, como el cardenal Adriano de Utrecht, que le recomiendan benignidad y mano izquierda, con el perdón como fruto final, indicándole lo importante que es obtener el amor de sus súbditos, aunque este aserto argumental está perdido para la concepción intelectual de Carlos V.
Los comuneros siempre consideraron una lamentable paradoja, que el Rey Carlos I fuese aliado de sus irredentos enemigos los Grandes o Magnates o Caballeros, y enfrentados a un monarca que siempre debería haber sido su aliado. Por consiguiente, los comuneros encarnarían a la primera de las revoluciones de la Era Moderna, pero todavía muy prematura, o quizás la última revuelta medieval.
Es decir, sería el final esperado de un largo proceso de resistencia popular frente a los magnates, que tendría su nacencia en el siglo XIV, con la llegada al trono de los Reinos de Castilla y de León de la nueva dinastía de los Trastámara, por medio de un magnicidio ocurrido por Enrique II “el de las Mercedes o el Fratricida” [Sevilla, 13 de enero de 1334-Rey de Castilla y de León desde 1366, hasta Santo Domingo de la Calzada, 29 de mayo de 1379] contra su hermanastro y rey legítimo, Pedro I “el Justiciero o el Cruel o el Justo” [Burgos, 30 de agosto de 1334-Rey de Castilla y de León desde el 26 de marzo de 1350, hasta Montiel/Ciudad Real, 23 de marzo de 1369], ocurrido el hecho bélico en Los Campos de Montiel (14 de marzo de 1369).
El profesor castellanista Julio Valdeón Baruque consideraba que: “El estudio de los conflictos sociales de finales del medievo proyecta una nueva luz para el entendimiento de la historia posterior. El movimiento de las Comunidades hunde sus raíces en una problemática social anterior, concretamente la de los siglos XIV y XV, la época de la crisis bajomedieval y de la consolidación de la propiedad territorial feudal”.
Las Comunidades sí lucharon por las libertades de los ciudadanos de los Reinos de Castilla, de León, y de Toledo, desde el instante en que apoyaban a un régimen representativo y de elección, frente al personal autocrático y mayestático que se encarnaba en Carlos V.
Las Cortes, nacidas con una enorme personalidad innovadora en el Reino de León, año de 1188/Cuna del Parlamentarismo, pretendieron recuperar su poder y su independencia, para al reunirse con cierta periodicidad tratar de evitar las habituales interferencias del monarca; de esta forma serían una traba ineluctable para el poder de Carlos I, que no aceptaba ser mediatizado.
La derrota de las Comunidades o los comuneros conllevó la existencia de un poder ciudadano o curial sumiso al poder del emperador Carlos V y de sus sucesores, y por lo tanto, bastante ineficaces para poder enfrentarse a aquellas decisiones regias aunque fuesen más o menos arbitrarias.
«Un régimen absolutista se instauró en las tierras de los Reinos de Castilla y de León, con tanta mayor pesadumbre cuanto que el monarca católico no tenía iguales posibilidades de dominio en las demás partes de la monarquía, léase en las cortes de los Reinos de Aragón o del Reino de Navarra o, cuando ocurra, en las de Portugal. En política internacional tanto como en materia hacendística, los Reinos de Castilla y de León fueron sacrificados. Se pago con una postración de las fuerzas vitales, de castellanos, de leoneses y de toledanos…» (“Historia de España/Ramón Menéndez Pidal. Volumen-XX. La España de Carlos V. El Hombre. La Política Española. La Política Europea”. Manuel Fernández Álvarez. Espasa-Calpe. 1996; página-272. Añadidos historiográficos necesarios y correctos del Dr. José María Manuel García-Osuna y Rodríguez).
Por lo tanto: «Las alteraciones de las Comunidades no comienzan como un movimiento antimonárquico, sino como un movimiento nacional; frente al mal príncipe extranjerizante y él mismo nacido fuera de España, se busca al príncipe nacido en los Reinos de Castilla y de León, el príncipe del que puede esperarse que aglutine cumplidamente las fuerzas nacionales. Los comuneros se proclamaban vengadores del rey, en lucha contra la alta nobleza, para recuperar lo que los Grandes habían usurpado a la Corona de Castilla y de León. Por lo tanto, cuando Carlos V se hispanice, y los pueblos de Castilla y de León, ya derrotados, le acepten, utilizará algunas de las directrices comuneras, tratando de poner a raya a los Grandes de las Españas» (“Historia de España/Ramón Menéndez Pidal. Volumen-XX. La España de Carlos V. El Hombre. La Política Española. La Política Europea”. Manuel Fernández Álvarez. Espasa-Calpe. 1996; página-277. NOTA-133. Añadidos historiográficos necesarios y correctos del Dr. José María Manuel García-Osuna y Rodríguez).
Por todo lo que antecede, se puede colegir que las ciudades de los Reinos de Castilla, de León, y de Toledo desearon, y nunca consiguieron, retornar a la Plena Edad Media, en lo que se refiere a conseguir alzarse con el poder legislador de los Reinos citados, o cuanto menos tratar de limitar la prepotencia borgoñona de Carlos I, pero los tiempos no habían madurado lo suficiente como para ello, y todavía era muy pronto…
Existe una carta de Carlos V a su hijo Felipe II, desde Estrasburgo/Alsacia, el 18 de septiembre de 1552, que se encuentra en el Patronato Real, legajo-26, folio-128, donde nuevamente queda bien claro el rencor y, porque no decirlo, el odio indubitable que Carlos I seguía teniendo a los rebeldes miembros de las Comunidades, a los que ya había eliminado treinta años antes:
«…A ello responden las obras del Alcázar de Toledo, que aumentando la fuerza de aquel bastión mantuviese sujeta la altiva ciudad, y algunas otras medidas que se observan a lo largo de su reinado. Así, todavía en 1552, cuando da las Instrucciones a su hijo Felipe II de cómo habían de venderse hidalguías para atender a los gastos de la guerra con Francia, en la empresa de Metz, le señala que no había de vender ninguna ‘a hijo ni nieto de persona ecebtada en lo de las alteraciones pasadas de la Comunidad…» (“Historia de España/Ramón Menéndez Pidal. Volumen-XX. La España de Carlos V. El Hombre. La Política Española. La Política Europea”. Manuel Fernández Álvarez. Espasa-Calpe. 1996; página-266. NOTA-119).
El 20 de julio de 1520, el cardenal Adriano de Utrecht escribe a Carlos V sobre la situación de pobreza que padecen los procuradores zamoranos, que al estar exiliados de su ciudad se encuentran en muy grave dificultad: “Los procuradores de Çamora y Guadalajara stan aqua padeciendo de hambre y dizen que no tienen conque ni de donde socorrerse. Lo que cierto es lastima, mándeles Vuestra Alteza ayudar con algo, que a mas que en ello seruira a Dios, le hará en esto mucha limosna” (Historia crítica y documentada de las Comunidades de Castilla. M. Danvila y Collado. 1897).
Desde el punto de vista militar, no se puede negar la indubitable valentía de sus soldados y de sus tres capitanes más paradigmáticos, y que siempre han conformado una letanía añorada: un castellano/JUAN BRAVO; un toledano/Juan de Padilla; y un leonés de Salamanca/FRANCISCO MALDONADO; pero siempre existió una cierta desconexión entre tropas y objetivos y, sobre todo, una evidente indisciplina entre los soldados; que, quizás, nunca valoraron lo que se jugaban todos ellos, y que la oportunidad de exigencia de derechos y libertades, sería una de las últimas ocasiones para ello.
Por el contrario, los imperiales fueron mejorando en su organización y capacidad de combate, hasta ser muy superiores en cohesión y maniobrabilidad, aunque el número de soldados fuese semejante.
El historiador medievalista Juan Reglá escribe que: “El final de las Comunidades y las Germanías supuso una alianza estrechísima entre la aristocracia y la Corona hispana. En definitiva, los comuneros eran los defensores del corporativismo y de los privilegios urbanos derrotados por la monarquía absoluta y el capitalismo estatal. Los comuneros defendieron, en consecuencia, la organización tradicional castellana frente al modernismo europeizante y renacentista de Carlos V”.
El profesor Reglá no profundiza, como debiera, ya que sí existió modernización en los reinos medievales que, probablemente, el concepto de los usos y costumbres del Reino de Castilla agostó; y este hecho se encontraría SIEMPRE en el Reino de León con sus estructuras diferenciadas, en pos de la evolución, verbigracia: los CONCEJOS o Conceyus, representados en sus múltiples pendones; el INFANTAZGO, novísima consideración de los vástagos regios, con derechos, deberes y tierras; las FORALIDADES, que eran leyes municipales y territoriales, con reconocimiento de derechos de los vecinos; y, además y sobre todo, las CORTES del Reino de León de 1188, la Cuna del Parlamentarismo, etc.
Juan de Padilla estuvo dubitativo, en su acercamiento militar a Villalar, y por ello perdió la gran ocasión de su vida, dejando correr los acontecimientos y esperando una evolución ya indomeñable. Quizás, como en muchas personas, y grandes políticos de todos los tiempos, pudo pasar por un problema ansioso-depresivo, y no pudo domeñar su ansiedad, cuando era más necesaria la entereza. La gallardía no le faltaba, pero el estado de ánimo parece que no era el mejor.
El Autor

ILTMO. DR. JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ
Historiador Diplomado en Estudios Avanzados de Historia Antigua y Medieval y Médico-Familia de Atención Primaria.
El autor ha nacido en la urbe de León, caput del Regnum Imperium Legionensis, en el siglo XX. Estudió en los jesuitas de dicha ciudad, y ha recibido formación humanística y científica en las Universidades de León, de Salamanca y de Oviedo
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