En tiempos de catástrofe, hay quienes miran al cielo buscando respuestas, y otros que apuntan al color político del gobierno, exigiendo dimisiones como si eso apagara incendios o reconstruyera lo perdido.
Muchos sentimos una profunda vergüenza ajena al leer los mismos discursos de siempre. Da igual lo que ocurra: la España de pandereta aparece puntual. Unos culpan a otros, algunos aprovechan para recordar la mala gestión de sus rivales (aunque no venga al caso), y otros simplemente maldicen a diestro y siniestro, como si eso bastara, como si eso solucionase algo.
Los medios tampoco nos libramos, por más que intentemos mantener la neutralidad. Criticar una gestión pública —que es de todos— te convierte automáticamente en simpatizante del partido contrario. Y si no criticas a ambos por igual, aunque no toque, te encasillan. Hemos llegado a ese absurdo radicalismo “panderetero”.
La gente está harta. Y con razón. Falta de todo en esta tierra. Es comprensible que se exijan responsabilidades, que se pidan dimisiones, que se reclame justicia sin mirar el color del partido, y que este clamor llegue hasta lo más alto de la esfera política. Pero ahora toca apagar nuestros fuegos. Literalmente. Esos que dependen al 100% del gobierno autonómico. Ya habrá tiempo de exigir más. Y exigir es sano, necesario, es garantía de bienestar para el pueblo.
Desgraciadamente, en España los políticos no dimiten, por muy mal que lo hagan. Aquí no basta con que algo sea urgente o justo. Aquí hay que gritar para que te escuchen. Hay que salir a la calle, manifestarse, incomodar. Porque si no, nada cambia.
Os dejo con algunos comentarios que he recopilado, y os recuerdo algo que parece que a muchos se les escapa:
Los partidos políticos NO SON EQUIPOS DE FÚTBOL.
No tienes que defenderles aunque hayan jugado de pena.
