«Cortando huevos, se aprende a capar»
Los oficios tradicionales van desapareciendo al mismo tiempo que las gentes que los practicaban llegaban a su fin. Por el camino, los herreros, molineros, pregoneros o afiladores etc. han dejado paso a nuevas tecnologías y formas de trabajar, sucumbiendo ante los cambios de la sociedad.
Uno de los oficios que también claudicó, prácticamente con el cambio de siglo, fue el de los capadores, cuya función es ahora realizada por los veterinarios principalmente, aunque puede quedar algún capador por ahí.
Al sonido del chiflo, los rapaces del pueblo solían desaparecer de las calles porque llegaba el capador. Les entraba un miedo terrible al escuchar la famosa melodía.
Tanto era así que cuando aparecía el capador toda la «rapaciada» corría a esconderse y no aparecía hasta que se iba, para que no le hiciese lo mismo que a los cochinos.
El oficio de capador de antaño, hoy día sería difícil de entender debido a una sensibilidad engañosa ante profesiones que, cuando se entienden, se comprende su necesidad en el contexto de aquellos tiempos.
La castración de los cerdos machos consiste en la extirpación de los testículos. Era una práctica rutinaria que se realizaba mediante intervención quirúrgica sin anestesia durante la primera semana de vida del lechón, cuyo objetivo principal era evitar el fuerte olor y sabor «a recio», decían, que presentaba en la carne de algunos machos enteros cuando llegan a la matanza, así como también la reducción de los comportamientos agresivos, las consecuentes heridas y las conductas de monta.
“El que más chifle, capador”
En épocas pasadas cuando en el pueblo sonaba «la chifla», parecido al del afilador, la gente decía… “ya está ahí el capador“. Salían los vecinos a la calle y mandaban pasar al capador, este sacaba su estuche de cuero donde guardaba la afilada cuchilla, ponía el pie encima del cochino y «zas… dos menos y uno más en su cuenta».
Porque capar un cerdo macho era fácil, lo difícil era castrar a las hembras y era el trabajo más demandado. Se castraban las cerdas que ya habían parido varias veces y que se iban a cebar después para la matanza así como los cerdos machos destinados para el mismo fin.
Después del pertinente corte, los gruñidos del animal se oían por todo el pueblo, y una vez sacados los órganos reproductores se lavaba la herida con agua y sal, también desinfectado con un chorro de aguardiente o el famoso «piedralipe» con el que se curaba el grano de trigo y tras unos puntos de sutura con aguja e hilo y un poco de aceite en la herida se soltaban y a correr.
En los días posteriores había que cuidar su alimentación que era muy suave a base de agua y como mucho unos «puñaos de salvaos».
Estas operaciones no se podían hacer en los meses de verano por los calores ya que la herida se podía infectar.
Hace años que ha dejado de sonar por nuestros pueblos el silbato del capador, un trabajo muy demandado y que no era fácil. Muy nombrados por los pueblos alistanos eran «El Capador de San Vicente» denominado así porque era originario de San Vicente de la Cabeza, Miguel Blanco se llamaba, heredando el oficio su yerno Pablo Peláez. También muy conocido el capador de Gallegos del Río, Julián Flechoso. Seguro que sabéis de alguno más que podéis recordarlo aquí en vuestros comentarios. Gracias.