«Cuando el labrador no tiene nada que hacer, va a la cantina a beber o a la fragua a entretener»
Los artistas del hierro, al que moldean con el fuego y sus precisos golpes, para los que se requiere de mucha fortaleza, habilidad y experiencia para doblegar el duro metal.
De sus manos e imaginación salían las aldabas, cerraduras, aquellas pesadas llaves de las enormes puertas de portalada o carreteras, las herraduras de las caballerías, los palancaneros, cuchillos matanceros, cazos, etc.
Pero la función principal que hacía el herrero, sobre todo en tiempos de sementera, era el aguzado de las rejas del arado que se mellaban en las labores de la ya inminente sementera, en «la rielva» cuando en marzo o abril se rompía con el arado las rastrojeras y barbechos para prepararlos para la próxima sementera, o en la «bima» o bina que consistía arrancar las malas hierbas del terreno para que no prosperasen en adelante, se hacía por mayo o junio a las tierras relvadas.
En época de invierno, con menos trabajo y por consiguiente más descansada, se pasaba por la fragua para el arreglo de herramientas como azadas, azadones, picos, etc.
«Día de agua taberna y fragua»
En la fragua se daban cita los parroquianos, por la mañana y especialmente al oscurecer. Aquí también se guardaba la vez, había que ayudar al herrero y mientras unos trabajaban, los que esperaban sentados a la puerta en corros repasaban los últimos acontecimientos del pueblo y de la comarca. Algunos solo iban hasta allí «pa echar un parlao», algo parecido a los famosos «hilandares» de las mujeres en las noches veraniegas y otoñales, pero estas en época de invierno cuando los quehaceres eran más descansados. Incluso el cura en busca de un poco de tertulia al calor de la fragua, coincidiendo en nuestro pueblo que además vivía cerca.
«Ni en la fragua tientes, ni en la botica lamas»
Ayudaban al herrero tres hombres, uno le daba al fuelle y los otros dos «machaban», se requería mucha fuerza para golpear sobre el yunque la reja con «los machos» que eran grandes mazas o martillos.
El herrero, aparte de disponer de destreza y experiencia, tenía que tener mucha fortaleza en brazos y manos.
«Manos de herrero y espaldas de molinero»
Se protegía el herrero con un mandil de cuero para aliviar en lo posible las altas temperaturas producidas por el carbón al rojo vivo y el hierro incandescente.
«Más caliente que un brasero, la bragueta de un herrero»
Introducía la punta maltrecha de la reja en el fuego que chisporroteaba activado por el soplido del enorme fuelle e iba calentando el hierro hasta conseguir la temperatura necesaria que bien conocía el artesano debido a su abultada experiencia ya que de ello dependía la duración del afilado.
«La experiencia es madre del herrero»
Cuando a ojo veía el herrero que estaba a la temperatura óptima, sacaba la reja del fogón con las tenazas y las llevaba al yunque para macharlos con las mazas o para meterlos en agua y enfriarlos ya que alcanzaban altas temperaturas donde luego eran golpeadas sobre el yunque con los machos o mazas con movimientos contundentes y rítmicos oyéndose desde lejos el acompasado tintineo produciendo un soniquete que tantos recuerdos nos traen porque era agradable al oído, hasta dejar la reja tan puntiaguda como el «rejo de un pión» o la punta de la peonza.
«Machacando, machacando, el herrero va afinando»
En la fragua, el herrero, también se «calzaban» o ajustaban las ruedas de los carros, la parte de fuera o llantas que eran de hierro y se disponía en la hornilla donde se ponían al rojo vivo con el poder calórico de jaras y «caduernas» o raíces de la jara.
En un principio el herrero cobraba su trabajo en especie que solía ser en forma de «iguala» o precio convenido por el arreglo hecho, que por término medio solía ser de una «ochava de grano», dos alqueres o cuartales. Actualmente la fragua y las reuniones alrededor han enmudecido para siempre. Los ecos de los machos solo resuenan en nuestros recuerdos.
Los herreros transmitían su conocimiento de generación en generación, cada uno tenia su propio estilo y técnica.
No podemos dejar de nombrar aquí al Ti Emilio González, más conocido como Emilio Barbero, ya fallecido, que junto a sus hijos Pepe y Mili fueron los últimos herreros que trabajaron en la fragua de Riofrío.
«Los hijos del herrero no tienen miedo a las chispas»