En 1873 se produjo en España la llegada de la I República. Fue una república sin apenas republicanos. Fue una República, sobre todo, por la incomparecencia de la monarquía. La corrupción galopante de los Borbones en los años sesenta del siglo XIX y la absoluta indiferencia con la que el pueblo español recibió a la monarquía de los Saboya provocó que se llegara a proclamar un régimen hasta entonces inédito en España. Existía otra opción monárquica, la carlista, pero su participación en dos guerras civiles anteriores y haber provocado una tercera removían recuerdos muy dolorosos. Además, su ideología sólo aglutinaba a una pequeña parte del pueblo español. Esto hizo que la República fuera vista como una consecuencia lógica, pero no un anhelo perseguido desde hacía tiempo. Porque la palabra pasividad describe mejor el estado de ánimo ante esa república que la de entusiasmo.
Los republicanos de 1873 pretendían resolver un problema que estaba naciendo en España: el problema de los nacionalismos independentistas catalán y vasco. Este problema había aflorado durante las guerras carlistas.

Y fueron precisamente los partidarios de don Carlos los que explotaron el malestar en antiguas zonas de la corona de Aragón y de la corona de Navarra respecto a su encaje territorial en España. El lema carlista comenzó siendo Dios, Patria, Rey. Y terminó siendo Dios, Patria, Rey y Fueros. Para intentar acabar con ese descontento los republicanos adoptaron la fórmula del federalismo. Un federalismo muy puro y casi completamente copiado del existente en los Estados Unidos de América y algo menos parecido al de Suiza. En él los estados federados tendrían muchísimo poder; el estado central sería básicamente un árbitro que se ocuparía de la política exterior la defensa y la diplomacia.
La radicalidad del planteamiento federalista se basaba también en que debían ser las propias demarcaciones territoriales más pequeñas las que se constituyeran en cantones, al estilo suizo, y que determinaran a qué estado querían pertenecer. Esto, que en el caso helvético se había ido determinando a lo largo de varios siglos, en el caso de España se quiso realizar en semanas o meses. La cuestión fue adquiriendo unos tintes descontrolados. Sin atender a ningún criterio histórico o de demarcación política tradicional, prácticamente cada localidad importante con federalistas en su seno quiso convertirse en un cantón independiente, que, posteriormente, debía incorporarse a la República Federal.
El desconcierto fue máximo. Cientos de pequeñas localidades, sobre todo en el Levante y Andalucía, tenían la intención de constituir cantones y la perspectiva de que terminaran siendo parte de la República española era sólo una posibilidad, entre otras. Uno de los cantones que se proclamó en 1873 fue el de Salamanca. Ello se debió a la procedencia charra de varios de los dirigentes importantes de la primera República, como su presidente, Pedro Martín Benitas. Todos los líderes del cantón eran miembros del Partido Republicano Federal.

Fue el cantonalismo salmantino un cantonalismo atípico: en absoluto violento y muy marcado por su pertenencia, sin ningún género de duda, a la República Federal española. La proclamación del cantón se hizo pacíficamente y poniéndose en contacto con ciudades cercanas como Ciudad Rodrigo, que por cierto rechazó unirse ea la iniciativa. El mantenimiento del orden público era uno de los principales lemas de los republicanos federales en Salamanca.El cantón cumplió con todos los requisitos formales para ser una nueva pieza del conglomerado de futuros estados federados. Generó su propio gobierno, con sus propios ministerios, entre ellos, incluso uno de Marina. El recibimiento del pueblo salmantino fue entre curioso y expectante. Existía en la población un grupo numeroso de federalistas que se habían reunido en el grupo de “Voluntarios por la República”. Pero otros lo llegaron a ver como una anécdota más bien curiosa.
El cantón de Salamanca fue a veces intentado borrar de la historia. Diciendo que simplemente había durado poco menos de una semana. Pero lo cierto es que el cantón de Salamanca tuvo una duración de unas cuatro semanas. Los federalistas salmantinos pretendían cumplir la ley generando un cantón que posteriormente se uniera a la República y cuando la República dejó de ser federal en un sentido estricto y pasó a defender un modelo unitario o centralista, también el cantón de Salamanca desapareció. La forma de la desaparición fue también pacífica. No hubo refriegas, ni combates, ni una persecución violenta de los que habían sido líderes del cantón. Todo había sido realizado en una estricta legalidad y orden público y todo acabó de la misma manera. También en la localidad del sur de la provincia, Béjar, hubo un intento de proclamación del cantón. Pero en este caso el pronunciamiento no triunfó y el cantón de Béjar duró unas pocas jornadas.

La primera República parecía un buen intento de solucionar el problema de los nacionalismos periféricos, pero, en el caso de la Región Leonesa, hubiera creado otro problema distinto. La Región Leonesa llevaba existiendo desde 1833 en la división territorial de Javier de Burgos. Y desde el año 910 era una demarcación habitual dentro de los reinos de España. Sin embargo, durante la primera República, los empresarios cerealísticos de Valladolid impulsaron un documento llamado el Pacto Federal Castellano (1873). Ese pacto que no tenía prácticamente presencia leonesa (Por ejemplo, los dos representantes de la provincia de León eran un pacense y un palentino que se encontraban trabajando en León por esas fechas) se convirtió en la excusa para intentar introducir por la fuerza a la Región Leonesa dentro de un futuro estado castellano. Hemos visto como Salamanca reaccionó ante esto proclamando su cantón. Y la Diputación de la provincia de León expresó su protesta en el Parlamento, recordando que siempre había habido una demarcación llamada Reino de León.
Pero es ahí donde tenemos ver el interés anexionista de Castilla sobre la Región Leonesa en época contemporánea. La República se vino abajo como un castillo de naipes por la rebelión cantonalista que triunfó en Cartagena, por la tercera guerra carlista y porque realmente gran parte del pueblo español no sabía muy bien qué tipo de régimen se estaba proclamando. Eso nos enseña que las divisiones territoriales que no son sentidas por sus ciudadanos no tienen futuro. Y en el caso de la Región Leonesa sabemos que cada vez son más los que creen en su vigencia y en su futuro.
José Vicente Álvarez. Profesor de historia en el IES Eras de Renueva.