Por mucho que se anuncie como “mejora” o “gestión eficaz”, la recuperación por parte de la Junta de Castilla y León de la estación de autobuses de Zamora huele más a imposición que a solución. Lo que se presenta como una remodelación integral no deja de ser una maniobra administrativa que, además de rescatar la concesión al Ayuntamiento de Zamora, nos impone otro emblema autonómico que, por estas tierras, no despierta ni orgullo ni identidad.
Porque no nos engañemos: el escudo de la Junta sobre la fachada de la futura estación será lo más visible del cambio. Una imagen enorme, horrible, que recordará —cada vez que entremos o salgamos— quién decide y desde dónde. Aunque la estación tenga humedades, desniveles, accesos incómodos y ascensores que no dan la talla, el símbolo que quedará será ese escudo: inamovible y ajeno a la voluntad de muchos leoneses.
Sí, dicen que asumirán el coste íntegro. Que quieren actuar con rapidez. Que lo hacen de mutuo acuerdo con el ayuntamiento… Pero lo que no dicen es lo más importante: esta “mejora” se hará sin contar con el sentir de los leoneses de las tres provincias que desde hace años piden voz propia y respeto identitario, y que se ven de nuevo incluidas a la fuerza en el modelo único de una Junta que decide por todos.
La estación se arreglará, probablemente, aunque ni plazos hay todavía. Pero lo que quedará en la memoria colectiva no será el estudio de viabilidad ni la pintura fresca, sino ese nuevo edificio que llevará el escudo de una Junta que gestiona, decide y rotula sin preguntar.
Y eso, por estas tierras, no gusta nada.
Fotografía principal: Foto de archivo de la Nueva estación de autobuses de León