Ordoño II enraizó sus fundamentos políticos y su panteón personal en León; otra opción ya no tenía sentido. Gobernó desde el edificio de las viejas termas romanas y cedió algunas de aquellas salas para instalar la sede catedralicia, allí fue inhumado. En su momento supuse que el lugar de inhumación pudo haber sido análogo a la habitación cementerial de Oviedo y no se me ocurre otra alternativa más estimable, dado que el monarca pudo intervenir a su antojo en la configuración topográfica del conjunto catedralicio. Explícito, Sampiro señaló que sepultus fuit in aula sancte Marie semper viriginis sedis Legionensis (†924). ¿Quiere esto decir que se depositó –como en Oviedo– dentro de ella? Imposible aseverarlo. Su panteón, donde quiera que estuviera, acogió a su hermano Fruela II al año siguiente (†925), quien sepultus iusta fratrem suum legioni fuit, según el obispo Pelayo, tomando la voz de Sampiro.
Entiendo que fue el propio Ordoño II quien eligió la catedral de Santa María como lugar de inhumación. Para el cronista Legionense –y los que le siguieron– estaba fuera de dudas que era su catedral, desde todos los puntos de vista. Los antepasados de Ordoño II habían recibido sepelio en una catedral, porque San Salvador de Oviedo ya lo era en tiempos de su padre. Este factor constituía un argumento más para optar por el templo episcopal, que disponía ya de unas reliquias de producción propia. Acaso Ordoño II fue el primer rey leonés –e hispano– que se enterró ad sanctos. Pero incluso aunque así fuera no puede concluirse que la elección del lugar de enterramiento fue motivada por una pulsión devocional. El criterio político fue más determinante, como en sus predecesores. En el primer tercio del s. X el templo relicario por excelencia era la basílica compostelana, pero ningún miembro de la familia regia contempló la posibilidad de enterrarse allí. Sólo se considerará con Fernando II, y porque las circunstancias políticas y espirituales convergieron. La devoción sí impulsó, en cambio, a Alfonso V (resguardado por la mandíbula del Bautista), y todavía de modo más explícito a Fernando I y Sancha (San Isidoro, San Pelayo y San Vicente).
Ordoño II, en suma, fue sepultado prácticamente en su palacio, reorganizado y consagrado para dar lugar a una catedral. Casi podríamos afirmar que reposó donde vivió. El suyo fue un cementerio áulico por doble motivo, más allá de la morfología del ámbito que le guareciera.
El replanteamiento del palatium regii leonés requirió una nueva sede. Ramiro II, tras su conflicto cainita con Alfonso IV (†933) inhumado en Riuforco, reinstaló el vértice político de la ciudad en su sector meridional, cerca del Arco Rege. El nuevo conjunto contó con un admirable cenobio:
monasterium infra urbem Legionensem mire magnitudinis construxit in honorem Sancti Salvatoris iuxta palacium regalis29. Muerto en 951, Ramiro II sepultus fuit in sarcofago iuxta ecclesiam sancti Salvatoris ad cimiterium quod construxit fi lie sue Regine domne Geloire.
Sampiro atribuye a Elvira, primera titular del Infantaticum leonés y activa gestora del mismo incluso tras la muerte de su hermano menor (959-976), la organización del cementerio en el atrio del monasterio.

Debió ser Ramiro II quien optó por el monasterio de San Salvador. Este nuevo camposanto difiere de los precedentes en tres aspectos:
- 1º es un cenobio y no una catedral (Alfonso II, Ramiro I, … /Oviedo; Ordoño II/León; Alfonso III/Astorga), por lo que la intercesión espiritual sería procurada por monjas, y no por socii o monachi catedralicios;
- 2º el cuerpo del soberano se situó en el cementerio sito al cabo del santuario del Salvador;
- 3º Sampiro explicitó la deposición del cadáver regio en una cista marmórea romana reutilizada, pieza que subrayaba la relevancia del monarca y punto focal del nuevo
panteón dinástico. No en balde, su primogénito Ordoño III (†956) Legione sepultus fuit iuxta aulam sancti Salvatoris, secus sarcophagum patris suis Ranimiri regis. En ese lugar reposó también el hijo menor, Sancho I (†966), que Legionem secus patrem suum in ecclesia sancti Salvatoris sepultus fuit, barrunto que con la batuta de su hermana la infanta Elvira.

La fábrica de Palat de Rey contaba con planta en cruz griega –con ábsides de leve herradura en los dos brazos del eje–, según planteó Gómez Moreno y certificó arqueológicamente F. Miguel. La planimetría de esta obra pudo haber tenido un correlato en el mausoleo de San Fructuoso de Montelios y acaso –lo apunto con todas las reservas– en el edifi cio tri o tetraconque sito en el claustro catedralicio de Oviedo y del que se exhumó la exedra septentrional. Aunque no sea un enunciado axiomático en la arquitectura medieval, la planta central de Palat resulta idónea para usos funerarios, al modo de los memoriales de Ravena o Braga, herederos de una compleja tradición cementerial romana. Quizá por eso, Martínez Tejera cuestionó que el cimiterium que construxit Elvira estuviera en el exterior. Para él, se trataba de un edificio cerrado. Pero si aceptáramos que la fábrica que hoy denominamos Palat de Rey fue una construcción funeraria, habría que interpretar que ese panteón estaba iuxta ecclesiam sancti Salvatoris (Sampiro) y habría que suponer, además, que el templo de San Salvador, tras desaparecer sin dejar huella, cedió su titularidad al cementerio. No es asumible que Sampiro, testigo personal de los monumentos que reseñó, silenciase la entidad de un mausoleo presuntamente independiente ni que empleara arbitrariamente los adverbios de lugar. Entiendo, pues, que el cementerio se habilitó en el circuito exterior del templo de Palat de Rey, no en el interior de un edifi cio autónomo. El edificio de planta central parcialmente conservado es la iglesia de San Salvador. En ella se siguió el esquema espacial de santuario, nave (con acceso lateral), contraábside y, fuera, cementerio. La exedra de poniente constituye un severo interrogante.
Martínez Tejera entiende que se suplantó el pórtico por el contraábside y este por la habitatio sepulchrorum, para respetar la prohibición bracarense (561). No es fácil discernir los criterios que rigieron la anexión o la segregación de espacios adyacentes, operados sin formar parte del espacio cultual. No hay duda de que en una liturgia espacialmente dinámica la visita de las áreas cementeriales, intramuros o extramuros, constituía una parte sustantiva del protocolo de oficios particulares. En el caso de Palat, ningún argumento documental o arqueológico permite presumir que su contraábside desempeñó una función funeraria –como tampoco la tuvo el de Mazote–. Sabemos que el contraábside de Peñalba, construido con la nave, fue un proyecto operado para un destinatario, el eremita obispo Genadio, al que se le reconoció una instantánea santidad. En Palat de Rey lo más signifi cativo es que –salvando el indescifrable caso de Ordoño II– aparece (¿o reaparece?) un cementerio regio en el circuito de la iglesia, obediente al I Concilio de Braga, que siguió en vigor en toda la península hasta fi nes del siglo XII.
Ramiro III (†985) vero reversus est Legioni: ubique propio morbo discedens afirma Sampiro en sus dos versiones textuales. Sin embargo, la pelagiana añade que, pese a haber fallecido en la capital, in Destriana sepultus fuit. El Silense, en su propia crónica, nada indica, de manera que la referencia parte sólo de Don Pelayo.
De Vermudo II (†999) Sampiro afirma –versión silense– que falleció en el Bierzo. El obispo Pelayo no aludió a este monarca y la Historia Silense lo menciona de pasada, sin indicar lugar de óbito. Lucas de Tuy afirmó que Alfonso V lo trasladó desde la villa de Villabona a León. Nada de ello dijo Sampiro, siempre preciso al especificar los panteones regios, y más el de su amigo personal Vermudo II.
Según la interpolación del obispo ovetense Pelayo, fue Vermudo II quien prescribió la traslación de los cuerpos de los santos y los reyes sitos en León (Ordoño II, Fruela II, Ramiro II, Ordoño III, Sancho I y sus respectivas esposas) y Astorga (Alfonso III y Gimena) hasta Oviedo44. La medida salvaguardaba los mayores tesoros espirituales e ideológicos del reino de los eventuales estragos de Almanzor en 994. Las sietes techae (es decir, thecae) que transportaban los huesos de reyes y reinas se instalaron en Santa María del rey Casto, según Pelayo. A partir de las referencias de los cronistas del siglo XVI, Selgas advirtió en el muro norte sendos arcosolios de las reinas Urraca (viuda de Ramiro II) y Elvira (viuda de Ordoño II)45. El resto del lote sepulcral, desactivada toda amenaza a principios del siglo XI, habría regresado al cementerio de San Juan de León, salvo Ordoño II, depositado presuntamente en la catedral legionense.
Del testimonio del obispo Pelayo me parece relevante la posibilidad de que los cuerpos de unos laicos –aunque soberanos– hubieran ocupado las naves, ante sepulchra priorum regum46, sin segregación mural ni funcional con el resto del espacio cultual. No existen precedentes para este hecho y, por ello, cabría dudar de su factibilidad. Pero el prelado, a menudo falsario, no habría contradicho los criterios considerados por la Iglesia de su tiempo para administrar los sepelios regios. La distribución escenográfi ca que relata –tumbas de reyes y reinas sitas, de modo estable o provisional, en el aula eclesiástica– nunca habría sido considerada por sus potenciales lectores si no cupiese tal posibilidad. Así, considerando al obispo Pelayo, concluyo que los sepulcros de los soberanos leoneses –pero sólo estos y por causa sobrevenida– transgredieron el precepto del I Concilio de Braga (561).
Investigación del profesor de Historia del Arte Medieval de la Universidad de Gerona Gerardo Boto Varela para el CSIC. 2015-ISSN 0066-5061.
Imagen principal: Fotografía antigua de la iglesia de Palat del Rey, década de los 70. Autor-Néstor Santos