En ese mar de cereal que son los Campos Góticos leoneses, encaramada a una pequeña altura, se encuentra esta villa que sorprende por su riqueza artística. Y es que en este pequeño pueblo de tan solo doscientos habitantes se acumulan las muestras de un pasado glorioso.
Para empezar, el propio casco urbano tiene el encanto de las calles empedradas y de las casas con sabor. Lo siguiente que destaca es el Palacio de los duques de Vega. Se trata de un palacio renacentista que albergó a la familia homónima, algunos de cuyos miembros llegaron a tener importantísimos cargos en la Europa de los Austrias. Concretamente, uno de ellos llegó a ser secretario del consejo de Castilla y virrey de Sicilia.
Las muestras de riqueza y el refinamiento en las escaleras, los techos y los zócalos nos trasladan a la Italia del siglo XV.
La complicación de su sistema interno de comunicaciones nos habla de una nobleza reservada, tal vez altiva, que se escondía a los ojos del pueblo.
El palacio tiene una historia de trágico abandono. Hasta hace veinte años era difícil pasar de la puerta por la acumulación de escombros y de maleza. Pero la insistencia de personas preocupadas por el arte, especialmente por los miembros de Promonumenta y por el Ayuntamiento de Grajal, hicieron que, poco a poco, lo que era una ruina esté recuperando una parte de su pasado esplendor.
Destaca en la villa también su iglesia de grandes proporciones y que absorbió las seis parroquias del pueblo en la Edad Moderna.
De ella dicen los lugareños que “tiene cinco esquinas, pero le falta una para tener cuatro”. Enigma que tendrá que resolver el viajero con su capacidad de observación.
Cabe destacar que en la iglesia se encuentran reliquias procedentes de Roma entre las cuales se encuentran las espinas de la corona de Cristo y varios “lignum Crucis”, es decir, fragmentos de madera de la cruz en la que recibió muerte Jesús de Nazaret.
Construido en mil quinientos diecisiete se trata de una auténtica novedad en la ingeniería militar española. Fue el primer castillo construido a prueba de artillería en la península Ibérica. Así lo atestiguan sus muros relativamente bajos e inclinados para ofrecer menor resistencia a los impactos de los cañones.
Su estado de conservación es bastante notable y es fácil trasladarse a otra época con la mente al entrar en sus murallas y sus ascender por sus torres. Una bombarda, que curiosamente apunta al Palacio ducal, recuerda sus, en otros tiempos, carácter fiero y bravo. Sin embargo hay que aclarar que este castillo jamás contempló acción bélica alguna, siendo sobre todo un símbolo del poder de la familia Vega.
Debajo del castillo renacentista se encuentran los restos de otro castillo. Concretamente de un castillo medieval construido por Alfonso III el Magno rey de Asturias. Pero serían necesarios muchos recursos económicos para excavar y encontrar los restos de esta auténtica joya que descansa bajo el actual baluarte. Así que por el momento sólo podemos especular con cómo era y dónde estaba.
No solo de piedras vive el viajero y por lo tanto también hay que destacar que la villa acaba de inaugurar una ruta de observación de aves. Perfectamente señalizada nos va guiando hacia las zonas de anidación de aves esteparias tales como la avutarda, la más pesada ave del mundo capaz de volar.
El majestuoso paisaje de Grajal y sus alrededores es un escenario fantástico para fundirse con la naturaleza y disfrutar del espectáculo ornitológico.
También la gastronomía es un espectáculo en Grajal. Se puede degustar un sabrosísimo lechazo y unos puerros típicos de la comarca de Sahagún.
La riqueza de estos productos de la Región Leonesa en su versión terracampina dejarán satisfecho al más exigente paladar.
Para no extenderme más y valorar la importancia de esta villa, decir que además constituye una etapa del camino de Santiago, cruce de culturas e ideas y fue el lugar de fallecimiento de Raimundo de Borgoña cuya biografía merece un capítulo aparte. Acudan a disfrutar de esta villa de la Tierra de Campos de la Región leonesa y volverán a casa con una sonrisa.