Llegó a haber más curanderos que médicos en la región
Si a un forastero ajeno a las tradiciones leonesas le cuentan que hemos acudido a ver a un curandero, es probable que automáticamente imagine que hemos visitado a una suerte de brujo, chamán o sanador con algún tipo de poder esotérico.
La RAE dice sobre la palabra curandero lo siguiente:
1. Persona que, sin ser médico, ejerce prácticas curativas empíricas o rituales.2. Persona que ejerce la medicina sin título oficial.
La primera y por tanto más usada definición de la RAE, está muy alejada de la realidad para definir al curandero en la región de León, y aunque la segunda es acertada, desmerece mucho la profesión del curandero tradicional y el cariño del pueblo leonés hacia esta figura popular.
En la antigüedad, los pueblos del interior de la península tenían escasez de médicos (un poquito más que ahora) siendo los curanderos los que hacían las labores sanadoras, especialmente las relacionadas con tendones, músculos y huesos. Eran una mezcla de fisioterapeutas, traumatólogos y quiroprácticos que solían atender en sus propias casas en alguna habitación preparada para ello, cobrando “la voluntad”, que solía ser un precio ya pactado para ciertas dolencias. Este oficio llegó hasta nuestros días, y aún hoy “haberlos haylos”.
Su popularidad les precedía
No era común que los curanderos pusieran anuncios en la prensa, sino que era su propia fama y el boca a boca lo que hacía que sus consultas siempre estuviesen rebosantes de pacientes.
Había curanderos de renombre esparcidos por las cuatro esquinas de la región leonesa que ejercieron su profesión hasta tiempos recientes, por nombrar algunos: Isidro el curandero de Boñar, Simón el de San Cristobal de Aliste, Esperanza la Curandera de Robleda, el de La Bañeza, el de Orallo, etc.
En muchas ocasiones el oficio era hereditario, tomando alguno de sus hijos las riendas del negocio, y con ello los secretos de la profesión y el buen nombre de su progenitor.
Prácticas "milagrosas"
La medicina moderna es partidaria de los vendajes e inmovilización de miembros y extremidades, unida a medicamentos y reposo. Un curandero sería el que actuaría directamente sobre la dolencia, procurando sanarla en el momento.
Llegados a este punto, el lector se estará preguntando cómo lo hacen y el porqué de su popularidad.
Usaré como ejemplo para escenificarlo mi propia experiencia personal: Cuando fui niño de unos once años, el doctor me diagnosticó un esguince de tobillo, me lo inmovilizan y me dan de baja médica unos 15 o 20 días. Por aquel entonces era bastante habitual el uso de los curanderos, así que mi madre decide ese mismo día que debíamos acudir al afamado curandero de Boñar. Afortunadamente nunca antes había tenido que ir a semejante lugar, así que me sentía nervioso a la par que dolorido, muy dolorido. Después de un rato esperando en una sala a rebosar de gente, entro a la consulta y me observa el curandero, parece que lo tiene claro y me asegura que “eso no es nada”, a lo que yo pienso que…para no ser nada…me han puesto 20 días con muletas y tengo el pie “como un botijo”.
El caso es que me quitó el vendaje “tensoplást” del tobillo, y apretó hasta encontrar el dolor. Después cogió una herramienta de cristal transparente, que definiré como si recortásemos la boca de una botella de coca-cola de 2 litros y a esto le añadiésemos un globo, semejante a un “capalobos” de los de toda la vida. Con este artilugio realizó ventosa en la zona, e hizo que el tendón volviese a su sitio. La verdad que dolió durante uno o dos segundos, después vino la sensación de calma y el dolor desapareció. Aunque cueste creerlo…salí de allí andando sin ayuda de muletas. Al día siguiente el pie ya casi no estaba hinchado, y podía caminar.
No es de extrañar que una vez ejemplificada la labor del curandero, se entienda que lleve siendo parte de nuestra cultura desde siempre.