No, esto no va de colores políticos. No va de siglas ni de ideologías. Va de algo mucho más sencillo y mucho más profundo: va de personas.
La gente no se equivoca cuando siente que estamos gobernados por élites. No se trata de votar al partido más “obrero” si de obrero solo tiene el nombre. Tampoco se trata de demonizar a quienes militan en partidos que no compartimos, ni de señalar a quienes votan diferente. Eso es democracia, y seguirá ocurriendo lo pensemos o no.
Pero sirva esta introducción para hablar de lo que sí importa: la actitud de quienes nos representan.
Cuando hay que estar, se está
El presidente de la Diputación de Zamora y alcalde de Trabazos, Javier Faúndez, ha abandonado sus vacaciones para ponerse al frente de la emergencia por los incendios. Y por eso tiene todo mi respeto.
Y sí, Faúndez es del Partido Popular. El mismo partido que el consejero Suárez-Quiñones. Pero aquí no se trata de siglas, sino de hechos. Porque cuando el monte arde, cuando el pueblo sufre, cuando la tierra tiembla, no hay excusas. Se está o no se está. Y él ha estado.
Gallinas, huertos y sentido común
Como pueblo, lo tengo claro: debemos huir de las élites gobernantes. De esos que no han pisado el campo en su vida y aún así nos quieren multar por tener nueve gallinas. De quienes menosprecian nuestros montes porque prefieren gastar presupuesto en campañas institucionales vacías, en consultoras externas, en informes que nadie lee, en propaganda que no apaga ni una chispa.
No es la primera vez este año que se recurre a prácticas concejiles, a la autogestión popular, para darle al pueblo lo que debería ser del pueblo. Porque cuando el sistema falla, la gente responde.
León, Zamora, Salamanca: tierra de gente noble
La gente leonesa —y me da igual si hablamos de Zamora, León o Salamanca— es noble, humilde, solidaria. Y popularmente, no nos gustan los señoritos. De esos ya hemos tenido demasiados.
¿Pero por quién estamos gobernados?
Por gente que no nos representa. Que no ha puesto un pie en un gallinero, que no sabe lo que es pasar frío y echarse dos mantas. Que no ha plantado una cebolla, ni ha tocado un asno, una vaca, un perro o un gato. No hablamos de jóvenes: hablamos de adultos que se creen a otro nivel, y viven a costa de nuestros impuestos, trabajando ocho horas (si es que lo hacen) y retirándose a sus urbanizaciones de lujo, olvidándose de nuestras preocupaciones reales.
La élite existe. Y nos está gobernando
No es una teoría. Es una realidad. Y mientras el pueblo se organiza, dona maquinaria, se juega la vida en los incendios, ellos siguen sin pisar el barro.
Cuando el barro vale más que los despachos
Porque quien tiene corazón y alma de pueblo, se nota. Y por estas tierras, somos de pueblo, y estamos orgullosos de ello. Aunque vivas en la capital, casi todo el mundo tiene un pueblo: el de tus padres, el de tus abuelos, el que te enseñó a respetar la tierra y a saludar por la calle.
Nosotros, el pueblo de verdad, somos distintos. No por superioridad ni inferioridad, sino por autenticidad. Por valores. Por arraigo. Y somos muy distintos de cierta clase política —me da igual las siglas— que desea vivir de la política sin hacer uso del cargo para ayudar al pueblo. Que se sirve del poder para debilitarlo, para dividirlo, incluso para destruirlo.
El alma de pueblo no se improvisa. Se vive, se siente, se demuestra. Y por eso, cuando alguien como Javier Faúndez da el paso al frente, lo reconocemos. Porque no se trata de partidos. Se trata de personas.