En los parajes rurales del viejo Reino de León, donde la naturaleza salvaje se entrelaza con la rica historia, reside un legado envuelto en misterio: el de las bruxas. Estas figuras enigmáticas, arraigadas en la cultura popular, tejen un tapiz de creencias paganas y ecos del cristianismo que aún resuenan en la región.
Las bruxas leonesas trascienden el estereotipo de la bruja malvada. Son mujeres complejas, conocedoras de los secretos de las hierbas, sanadoras que navegan entre lo terrenal y lo espiritual. Su presencia transmite una dualidad: temor y respeto, reflejada en las innumerables historias y leyendas transmitidas de generación en generación.
Para proteger las casas de bruxas y demonios se hacían cruces cerca de la lumbre. Este hecho está probado en Jiménez de Jamuz y en El Bierzo. Los bercianos hacían cruces con el fumazo de la lumbre, y se quemaban plantas olorosas la noche de San Juan al tiempo que se recitaba leste conjuro:
Si yes bruxa, te arreniego
y si yes demo, vaite al infernu
Las bruxas eran, en muchas ocasiones, practicantes de las diversas “mancias” o artes adivinatorias.
El término «bruxa» es muy ambíguo, ya que define tanto a la mujer que tiene pactos infernales como a las sanadoras.
Es crucial entender que las concepciones sobre las bruxas difieren notablemente entre los distintos territorios leoneses, incluso de un pueblo a otro. No obstante, existe un patrón general: la figura recurrente es la de una mujer vulnerable, a menudo solitaria y aislada, de avanzada edad y cuya salud precaria o negligencia le impiden asistir a misa el domingo. En el entorno rural, los lugareños tienden a etiquetarla rápidamente como bruxa, atribuyéndole la autoría de todas las calamidades que azotan la comunidad, desde la pérdida de cosechas hasta las enfermedades del ganado».
Aunque menos conocida, también existe la figura del bruxo. De hecho en algunos lugares de León aún se recuerda su presencia, como por ejemplo la del “meigo” de Val de San Lorenzo, aunque en su mayoría tenían un papel secundario que era el de ayudar a las bruxas. Otro caso recordado de un bruxo, más o menos popular, fue el del bruxo-curandero de Seisón de la Vega, que trataba varias enfermedades con hierbas y hechicería.
El Culleitizo
El «mal de ojo» es una creencia profundamente arraigada en la región leonesa. Las bruxas, expertas en sus artimañas, poseen los remedios y rituales para contrarrestarlo, y en ocasiones para también para hacerlo. Amuletos, conjuros y prácticas ancestrales formaban parte de su arsenal, un legado de sabiduría mística que desafió el paso del tiempo.
En la tradición leonesa, el «culleitizo» era un mal desconocido que padecía una persona, en algunas zonas referido sólo a los infantes. Cuando no había explicación alguna para la enfermedad y los métodos ortodoxos eran insuficientes, la superchería rural lo asociaba con algún tipo de encantamiento. Para aliviar el «culleitizo», se recurría a prácticas de sanación en las intersecciones de caminos. En la región de La Cabrera, se utilizaba una técnica que implicaba la inhalación del humo de una fogata durante un período prolongado. Otra forma de curación consistía en llevar al niño afectado a un cruce de senderos en el monte, donde se esperaba el paso de un viandante. Cuando alguien se acercaba, la persona que había llevado al niño pronunciaba la siguiente súplica:
«Hombre afortunado, libera a esta criatura de su aflicción.»
Se esperaba que el caminante, familiarizado con esta costumbre, saltara sobre el niño, logrando así su curación. En San Pedro Bercianos, en la zona del Páramo, se empleaba el hinojo con este propósito.
Otra técnica consistía en llevar al niño cerca del horno donde se horneaba el pan. Se contaba el número de hogazas dentro del horno y se lanzaba la misma cantidad de habas en su interior. Luego, se acercaba al niño a la abertura del horno la misma cantidad de veces, mientras se recitaba esta fórmula:
«Espacio aéreo, lugar de dolencias, ¿qué aflige a este cuerpo?»
Posteriormente, se colocaba al niño en la pala del horno y se le acercaba a la abertura del mismo tantas veces como antes, mientras se pronunciaba:
«¡Que la aflicción ocular se vaya al horno y jamás regrese aquí!»
Aquelarres
Las historias de aquelarres, reuniones nocturnas en parajes solitarios, alimentan la imaginación popular. Bruxas que se transforman en animales y surcan los cielos nocturnos, añaden un toque de misterio y fascinación a su figura.
La brujería leonesa no es un mero recuerdo del pasado, sino una tradición viva que se manifiesta en la cultura, las costumbres y las creencias de sus habitantes. Cada pueblo, cada valle, guarda sus propias historias, sus propias bruxas, un tesoro cultural que merece ser preservado.
Fuentes consultadas: «la brujería leonesa» Investigación de Alfonso Turienzo Martínez.