La historia, amig@s, no es un cuento objetivo. ¡Ni mucho menos! A menudo, se moldea a capricho de políticos e ideólogos, generando auténticas “guerras” de relatos que dividen en vez de unir, llenas de auténticos “fake news” históricos.
Y en nuestra historia, la de la Región Leonesa, esto es más cierto que nunca. Porque mientras muchos debaten sobre los orígenes entre “Asturias” y “León”, la verdad de los documentos medievales nos grita un nombre: Gallaecia. Entender que somos herederos directos de esa Gallaecia es la clave para zanjar el debate y reconocer nuestra auténtica grandeza leonesa.
Desde el siglo XIX, en una época de romanticismo y nacionalismos, se puso de moda ensalzar una “unidad” de España inacabada y, para ello, inflar el papel de Castilla como la gran impulsora. ¿La herramienta? Inventarse un “Reino de Asturias” que, como verán, carece de base histórica y fue una manipulación en toda regla que oculta nuestra verdadera línea sucesoria.
Esta fantasía se construyó a base de bien. Figuras como Modesto Lafuente con su “Historia General de España” (1850-1867), y los regeneracionistas* Joaquín Costa y Rafael Altamira, lo difundieron a los cuatro vientos. Curiosamente, la historiografía del siglo XVIII, previa a la fiebre patriótica del XIX, apenas mencionaba un “reino astur” (nunca asturiano). En su lugar, textos antiguos como la “Historia Sagrada” solían hablar de la antigua división administrativa romana y suevo-visigótica de Gallaecia. Sin embargo, estas nuevas narrativas, queriendo justificar el nacimiento de Castilla, borraron del mapa la Gallaecia real y la mezclaron sin ton ni son con Asturias o León.

Esta fórmula historiográfica nacionalista fue asumida sin ser cuestionada a principios del siglo XX por figuras como Menéndez Pidal, quien a través de su Centro de Estudios Históricos, la divulgó ampliamente. Esta concepción se convirtió en el pilar ideológico del nacionalcatolicismo, reforzada después por historiadores como Claudio Sánchez-Albornoz. Lo más alucinante es que, a día de hoy, esta idea prefabricada y sin base histórica sobre la existencia de un “Reino de Asturias” sigue enseñándose como “historia oficial” en escuelas y universidades, provocando encendidos debates. ¡Y con razón!
Gallaecia, La Realidad que Forjó León
Vamos a las pruebas, que es lo que importa. Un análisis crítico de las fuentes históricas revela una serie de inconsistencias significativas en la narrativa tradicional de un “Reino de Asturias” como una entidad política definida en la Alta Edad Media. Para que un reino ejerza su autoridad, debe poseer un espacio geográfico delimitado y conocido. Sin embargo, la documentación medieval existente NO hace referencia a un reino denominado “de Asturias”. Las menciones como “regione asturorum”, “asturiensis provincie”, “patriam asturiensium” o “Asturiis” se refieren a la provincia o ente visigótica de Gallaecia y a las poblaciones astur-cántabras que la habitaban. Incluso con la creación de la nueva sede episcopal de Oviedo, las referencias a los reyes son de “Ordo gothorum Obetensium regum” o “Regnante in Oveto”, nunca a un reino astur per se. Cuando se hace una distinción, se indica como “Hadefonsi regis Galleciae et Asturiae”. La fórmula “ordo asturorum” se aplica en estudios actuales a una etapa primitiva de la dominación musulmana, con un carácter localista o prácticamente tribal.
Nuestra Raíz Romana: Gallaecia, Cuna de León
Es fundamental entender que esta Gallaecia era una vasta entidad política y geográfica heredada de Roma, que abarcaba gran parte del noroeste peninsular. Dentro de ella, convivían diversas tribus como los astures y los galaicos; esto nos demuestra que la Gallaecia no era una entidad tribal homogénea, sino una gran provincia que aglutinaba una rica diversidad de pueblos.

Los romanos ya lo tenían claro: el Noroeste peninsular se administraba bajo un único Legado Jurídico (Legati Iuridici per Astyriam et Gallaeciam), con sede en nuestra Astorga (Asturica Augusta), que era la cabeza administrativa de todo este territorio. Astorga era también la base de la mismísima Legio X Gemina, la poderosa legión que luchó en las guerras astur-cántabras, y León lo fue de la importe Legio VII, que cosechó triunfos en Adrianópolis. Y aquí viene lo importante para nosotros: ¡No es casualidad que León se convirtiera en la capital del Reino, con ese prestigio militar y la fortaleza de sus murallas!
Incluso tras las reorganizaciones imperiales de Caracalla y Diocleciano (siglos II-IV d.C.), el nombre de Gallaecia se impuso para toda esta gran provincia, incluyendo Asturia (con la Legio VII), Cantabria y hasta Tierra de Campos (Campii Gallaeciae). Esto demuestra que Gallaecia fue el marco territorial indiscutible donde se gestaría nuestro futuro Reino de León. No es de extrañar que los cronistas árabes, papales y francos denominaran “Galicia” (error de escritura de Gallaecia) a los territorios cristianos controlados por los reyes del noroeste. La propia Zamora, por ejemplo, era considerada la ciudad más importante de Gallaecia por los cronistas árabes.
Desde Isidoro de Sevilla, los Concilios Toledanos y todas las crónicas europeas y árabes, la referencia territorial predominante es la de Gallaecia.
¡Y aquí la prueba definitiva! Ejemplos como Alfonso II, que es llamado por el Papa “Adefonso Regi Gallaeciarum” (en una carta de Juan IX del año 902), o, de forma aún más contundente, los cronistas anglo-normandos, entre los siglos IX-XII, se refieren a Alfonso III como “Aldefonso Gallicae Regi” o “Adefonsi Regi Galliciae”. ¡Y ojo! Nuestro León, hasta el siglo X, se sitúa “en territorio de Gallaecia”. La posterior formulación regia “Legione et Gallecia” (antes de la incorporación efectiva de Castilla y Toledo a la sede regia de León) y la consolidación de Legio como capital demuestran que el Reino de León es el heredero directo de esa Gallaecia histórica. La Crónica Albeldense también cita a Gallaecia como una de las seis provincias hispanas con sedes episcopales.

Crónica de Alfonso III
En la “Crónica” del rey astur de origen zamorano Alfonso III (versión “a Sebastián”, denominada así porque va precedida de una introducción y de una carta de Alfonso III a Sebastián que unos identifican con el obispo de Orense), se cuenta que los nobles godos se dirigieron a Francia (“—Franciam petierunt—”), y la mayor parte se metieron “in patria Asturiensium”, que podría traducirse como que entraron en la tierra natal de los astures. En ningún caso cita un “regni” o reino.
La Reconquista: Orígenes Locales y Conflicto Religioso
La supuesta “reconquista” asturiana tuvo, en realidad, un origen muy local. Fue un alzamiento en la provincia de Gallaecia, motivado por conflictos religiosos (la disputa adopcionista de Cristo entre Beato y Heterio en Asturias) y personales (la muerte del dux cántabro Fáfila, padre de Don Pelayo). Los moros llamaban a Don Pelayo, “Belay al-Rumi” que se traduce como “Pelayo el Romano”. No hubo una gran idea de “España” ni “Asturias” en el origen. Lo que sí hubo fue una ruptura clave de la provincia visigótica de Gallaecia con Toledo por motivos religiosos. Mientras Toledo abrazaba ideas “proislámicas”, Gallaecia (así, tal cual, en los textos) se mantuvo firme en la ortodoxia, con figuras como Beato, monje del Valle de Liébana. Esta facción, apoyada por el Papa y por nuestro Alfonso II el Casto, buscó romper con Toledo y crear una nueva sede en Urbs Vetus-Urvetum (Oviedo). ¡Pero cuidado! Oviedo nació dentro del territorio eclesiástico del obispado dumiense-mindoniense, adscrito al sínodo de Lugo. Esto demuestra la verdadera dependencia territorial de la zona.
Oviedo: Una Sede Falsificada con Graves Consecuencias para León
La creación de la nueva sede episcopal de Oviedo, que pretendía el reconocimiento y la legitimidad del nuevo “orden godo” con el establecimiento de la sede regia, trajo graves consecuencias. La Diócesis de Oviedo (actual Archidiócesis) fue erigida alrededor del año 811 (durante el reinado de Alfonso II el Casto). Sin embargo, el propio obispo Pelayo de Oviedo (1101-1130), conocido como “el obispo falsario”, ¡no dudó en manipular documentos! Falsificó el “Parrochiale Sueuum” y la “Diuisio Wambae” para que Oviedo fuera reconocida como metrópoli de Hispania, ¡incluso con el pleito de Lugo!
El Segundo Concilio de Braga del año 572 dejaba claro que las iglesias asturianas estaban bajo la jurisdicción de la sede britoniense (Santa María de Bretoña), adscrita al sínodo de Lugo. Cuando Alfonso II trasladó la corte a Oviedo y creó ese nuevo obispado, ¡se armó el Belén!

El propio Alfonso II, que se decía rey de Gallaecia, unió provisionalmente a la Iglesia de Lugo la sede metropolitana de Braga y la de Orense, y cedió a Oviedo una decena de condados que pertenecían a Lugo. Es decir, Oviedo no tenía jurisdicción propia.
La Relevancia Decisiva de Lugo
Lugo no era una sede episcopal cualquiera. Era una de las pocas sedes eclesiásticas realmente operativas en el reino cristiano de la época, junto con la importante Iria Flavia. Además, fue una de las escasas ciudades con sus murallas aún intactas en manos del regnum christianorum hasta bien entrado el siglo X.

Pero su importancia iba mucho más allá: entre los siglos VIII y X, Lugo se erigió como la sede metropolitana, albergando incluso a la antigua sede de Braga (la Bracarense).
Fue en Lugo donde Ramiro I se reunió con la nobleza de Gallaecia para formar el ejército que derrotó a los astur-vascones. Este acontecimiento fue un golpe definitivo a cualquier pretensión asturiana de supremacía y marcó un cambio dinástico fundamental. A partir de aquí, la sucesión se hizo patrilineal, la presencia continuada de reinas de origen de Gallaecia fue continua, y el asentamiento de familias emparentadas con la realeza leonesa en la sede ovetense empezó a preparar el terreno para el inevitable ascenso de León como el verdadero centro de poder del reino.
El aspecto más vergonzoso de esta falsificación histórica es un documento, el pergamino 9-4-7/1956, expediente 8, celosamente guardado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. Juan Carlos Galende Díaz demostró su autenticidad (1993-94). En el año 902, Alfonso III confirma un privilegio real con mala fe, aconsejado por el obispo Pelayo, el “falsario”. En este privilegio se conceden territorios eclesiásticos del obispado de Lugo a la sede de Mondoñedo, a cambio de la jurisdicción perdida en las ahora tierras diocesanas de Asturias. Es decir, se transfieren territorios propios del sínodo de Lugo a una sede perteneciente al mismo sínodo. Esto explica el levantamiento del conde Froila Vermúdez, duque de Lugo, quien tomó Oviedo y se autoproclamó rey, forzando a Alfonso III a esconderse en la zona oriental de su reino (hoy Castilla).
Aunque Alfonso III logró derrotar a Froila, la sede ovetense agonizaba, y el rey se vio obligado a pactar con el poderoso conde de Gallaecia Hermenegildo y su sobrino, el legendario obispo de Iria y Mondoñedo, San Rosendo. El territorio ovetense pertenecía a Lugo, y su pretensión de equipararse a Toledo como sede episcopal generó un doble conflicto eclesiástico: con Toledo y con Lugo. El obispado de Lugo mantuvo el pleito durante años, y el Concilio de Salamanca de 1154, ¡doscientos años después!, dio la razón a los prelados lucenses.
Conclusión: Una Mentira para Tapar Nuestra Grandeza Leonesa
La historiografía española desde el siglo XIX, impulsada por intereses ideológicos sin mucho rigor y la absurda idea de una “unidad” a la fuerza, construyó un relato de España que elevó a Castilla y, distorsionando el verdadero contexto histórico, inventó el “Reino de Asturias”. Las pruebas demuestran una red de falsificaciones y omisiones que distorsionaron nuestra verdadera historia en la Alta Edad Media. La preponderancia de la Gallaecia histórica como verdadera entidad política y eclesiástica reconocida, así como los conflictos jurisdiccionales y las motivaciones ideológicas detrás de la creación artificial de la sede de Oviedo, son elementos clave para comprender cómo se forjó esta “historia oficial” que tanto daño ha hecho a la verdad y a nuestra propia identidad leonesa, y si me permiten, incluso a la asturiana.
¡Es hora de que la verdad salga a la luz y se reconozca el verdadero papel de nuestro Reino de León como el auténtico sucesor y heredero de la Gallaecia histórica! Nuestro pasado es mucho más rico y complejo, y está en la esencia de lo que hoy es la Región Leonesa.
*Regeneracionista: El regeneracionismo se refiere a una corriente de pensamiento y un movimiento intelectual y político de finales del siglo XIX y principios del XX en España, que buscaba revitalizar y modernizar el país después de la crisis del “Desastre del 98”. Los regeneracionistas eran intelectuales y políticos preocupados por la decadencia de España y se propusieron diagnosticar las causas de la crisis y proponer soluciones.
Nota para el lector:
Esta revisión de nuestra historia no busca enfrentar a nadie, sino todo lo contrario. La verdad, por incómoda que pueda parecer al principio, es el tesoro más grande de un pueblo, pues revela la riqueza y la complejidad de sus orígenes, sentando las bases de una identidad más fuerte y auténtica.
Bibliografía y Material Consultado:
- Carriedo Tejedo, Manuel. “La Crónica Mozárabe de 754 y la falsedad del Reino de Asturias”. En Tierras de León, nº 121, 2005, pp. 113-142.
- Barros Guimeráns, Carlos. “El mito del Reino de Asturias y la continuidad de Gallaecia”. En Cuadernos de Estudios Gallegos, vol. 68, nº 131, 2021, pp. 245-266.
- Fernández Conde, Francisco Javier. El Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo. Oviedo: Instituto de Estudios Asturianos, 1971.
- Artículo de Ricardo Chao
- Galende Díaz, Juan Carlos. “Las falsificaciones de Pelayo de Oviedo en el Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo: Estudio diplomático y codicológico”. En Cuadernos de Historia de España, vol. 68, 1993-1994, pp. 317-380.
- Vázquez de Parga, Luis. La División de Wamba: Estudio crítico. Madrid: CSIC, 1943.
- Iglesia, Javier. Traducción de la “Crónica albeldense”.
- González, Miguel Ángel y Chao, Ricardo.
-Agradecimientos sinceros a Dr. D. José María Manuel García-Osuna y Rodríguez por su eterna búsqueda de la verdad y determinación-
-Agradecimientos también a Javier Callado, cuyas valiosas lecciones siempre tengo presentes –