Sus Comienzos
Nuestro protagonista nace en el año 850 en el municipio de Tarazona (Aragón) posiblemente en el seno de una familia adinerada.
Desde joven sintió una enorme devoción que le hizo entrar como novicio en el monasterio de la orden de los benedictinos, en la propia ciudad de Tarazona.
Con el hábito ya vestido, el destino le lleva a cambiar su residencia al importante monasterio de Sahagún donde sería ordenado sacerdote.
Según dice la historia, predicando por las tierras leonesas del oeste (Valdiorras), se hallaba un monje solitario llamado Froilán (futuro San Froilán), el cual se reune con Atilano en el monte Curcurrino. Ambos eran íntimos amigos, los dos habían predicado juntos y fundaron un monasterio al sur del Duero, cerca de Veseo (Viseo) una gesta muy notable para la época, así que la fama de Froilán y Atilano no paró de crecer en el Reino.
Llama la atención del Rey
La prestigiosa obra y buena fama de los dos religiosos llegó a los oídos de Alfonso III “el magno”, el cual rogó a los dos hombres que se presentaran en la corte de Oviedo.
Alfonso III es considerado por muchos como el primer rey de León, pues pese a que fue rey de los astures (asturorum regnum), pasó largas temporadas en la ciudad de León gobernando su reino, y de su matrimonio con Jimena Garcés nacieron los tres primeros reyes puramente leoneses, García, Ordoño y Fruela.
Alfonso III estaba fascinado con ellos, y les ofreció su respaldo económico. Ambos protagonistas prolongarían su legado arquitectónico-religioso fundando otro monasterio en Tábara, el cual albergaba no menos de seiscientos monjes, y otro más en Moreruela de Tábara que aglomeraba a doscientos religiosos.
Ahora en las tierras de Zamora se reza, se estudia y se copian libros, hasta llegar a ser en el siglo X una de las principales fuentes documentales de la época. Allí ejercen los arquitectos, pergamineros, pintores, miniaturistas…y se desarrollan los oficios y el arte.
Primer Obispo de Zamora
En el el día de Pentecostés del año 900, en recompensa por la dedicación mostrada y el compromiso de extender la Cristiandad, Alfonso III nombra obispos a ambos religiosos, Froilán será obispo de León y Atilano obispo de Zamora. El rey Alfonso III estableció una diócesis en Zamora basada en la figura de Atilano, por lo tanto fue el primer obispo de Zamora, y siempre supeditado a la autoridad del monarca.
Nada más nacer la diócesis, la ciudad de Zamora se convierte en uno de los principales baluartes militares del reino de Oviedo frente a los musulmanes de los reinos de al-Ándalus.
La ciudad fortificada será el nuevo centro de poder y tendrá sucesivos siglos de gloria, que se los debemos en parte a Atilano y su nueva diócesis.
Tan sólo un año después, los moros, conocedores del prestigio creciente de Zamora, deciden atacarla, teniendo lugar una de las mayores batallas de la Reconquista: la Jornada del foso.
Pese a que el ejército sarraceno era abundante, la batalla duró sólo un día, al ser apresado el líder de las tropas enemigas que no era otro que el propio principe mahdi Ahmad. Entre tanto, se cuenta que Atilano no se quedó quieto en la batalla, e hizo lo que mejor sabía hacer, llenando de fe los corazones de los cristianos hasta llevarles a la victoria.
La cabeza del príncipe derrotado, fue colgada como aviso en una de las entradas de la ciudad zamorana, y aún hoy la calle lleva el nombre del evento: Balborraz (bab al ras)
Las Leyendas
La peste, sequías y guerras, Zamora no pasaba por sus mejores momentos, así que Atilano decide abandonar la ciudad para peregrinar a Tierra Santa y rezar por su querida diócesis.
El día que se puso en marcha, y cuando estaba saliendo de la ciudad por el viejo puente romano, cae en la cuenta de que llevaba puesto su anillo, signo de autoridad del obispo católico, lo que podía delatar su condición en una peregrinación que pretendía hacer de incógnito. Así que decide tirar el anillo al río pensando que si algún día regresaba lo recuperaría. Este gesto de desprenderse de la joya, parece indicar que asumía la peligrosidad del viaje que estaba comenzando, y que ofrecía su posesión más sagrada para tal efecto, su propia vida, siendo el anillo un mero objeto material, además del riesgo que conllevaba portarlo.
Pasa dos largos años de travesía, viviendo de limosnas, y siempre orando para que Dios le escuchase y ayudase a Zamora.
Una noche, mientras dormía, oye en sueños una voz que le dice que sus oraciones han sido escuchadas y que puede regresar a Zamora.
Con el ánimo en su corazón por la buena-nueva, decide regresar a casa caminando durante meses, siendo también el regreso parte de su peregrinaje.
Ya en tierras leonesas y próximo a Zamora le pilla la noche, así que decide refugiarse en un albergue cercano. Los ermitaños que regentaban el hospedaje, le consideraron un pobre peregrino, y le pusieron un plato de comida, consistente en una trucha que habían pescado aquel mismo día en el Duero.
Halló Atilano en el vientre del pescado el anillo que había arrojado al río dos años antes, y lleno de emoción dio gracias a Dios por su misericordioso acto. Entonces, las campanas de Zamora en la lejanía comenzaron a escucharse sin que nadie las tocara, y sus hábitos de peregrino se convirtieron en los atavíos de obispo.
Otra leyenda local dice que hubo una incursión mora por la zona, y pilló al bueno de Atilano desprevenido. Huyendo a refugiarse cruzó el puente de piedra sobre el Duero que se derrumbó justo tras su paso, pereciendo todos los atacantes y pudiendo el obispo ponerse a salvo.
Atilano continuó llevando con sabiduría la diócesis hasta el día de su muerte en el 919.
Su Canonización
Post-mortem, Atilano era considerado por las gentes leonesas como una santidad popular (fama sanctitatis), no habiendo recibido la aprobación canónica formal del papa, por tanto cuestionable a todos efectos hoy en día, pero que en la época era algo habitual con ciertos santos muy populares entre el pueblo y aceptados por el clero como tales.
Durante décadas fue venerado, pero las circunstancias políticas del momento, hicieron que pasara a un segundo plano dentro del panteón de santos de aquel entonces.
No es hasta finales del siglo XV cuando un franciscano rescata su historia, y se convierte de nuevo en santo popular hasta llegar incluso a ser el patrón de Zamora.
Sus restos se conservan en la iglesia de San Pedro y San Ildefonso, donde son custodiados por la Real Cofradía de Caballeros Cubicularios de Zamora.