Reivindicar la condición leonesa de León es tan literario como reivindicar la condición Atlante de la Atlántida, ambas parecen realidades míticas y remotas, lo que por fuerza había de resultar estimulante y atractivo; es, asimismo, tan aparentemente redundante y paradójico como defender la humana condición del hombre, conquista la más costosa y difícil de cuantas se han logrado en este valle de lágrimas, si es que ya se ha logrado. La desazón leonesa no es una invención de chiquilicuatros para mortificar a los políticos de nuestro establishment autonómico. La desazón leonesa es un sentimiento muy arraigado y prácticamente universal en el leonés; por eso cuando desde alguna tribuna se reprocha al pueblo que adopta posturas sentimentales, se está poniendo el dedo en la llaga. El sentimiento no es otra cosa que su memoria histórica, vapuleada, manipulada, perseguida, que sale, sin embargo, a flote en la conciencia, o mejor, en la subconsciencia leonesa.