Exaltar la primavera mediante todo tipo de rituales es propio de antiguas civilizaciones, y su rastro nos llevaría hasta la prehistoria. El mes de mayo se caracteriza por la llegada del buen tiempo, de hecho la palabra “mayo” proviene del latín maius, en honor de Maya, la diosa de la floración para griegos y romanos, que también estaba asociada con la fertilidad. No obstante el origen de tales celebraciones en tierras leonesas no es ni griego ni romano, pudiendo haberla importado desde Oriente Carlo Magno, o bien de origen celta que dicen otras voces.
Una de estas arcaicas celebraciones se conserva repartida de norte a sur de la región leonesa. Aunque tristemente casi desaparece, fue recuperada en los años 80, y hoy sobrevive en este frenético siglo XXI gracias a asociaciones que intentan transmitir este patrimonio a las nuevas generaciones.
Existen tres variantes principales, el árbol, los monigotes y los mayos vivientes.
Se tala un árbol esbelto y de buen porte.
Se sitúa en la plaza del pueblo, esta parte en sí ya es una celebración, pues todos los mozos tienen que colaborar para lograrlo. Al acto de colocar el tronco se le conoce como “pinar el mayo” , “plantar el mayo” o “poner el mayo”.
Bajo su desnudo tronco se celebraban reuniones y bailes, pero el momento más esperado era cuando los mozos probaban su valía trepando a lo alto como se aprecia en “la cucaña” de Goya.
Se solían adornar con algunas flores de temporada, lazos o similar. Actualmente es una celebración que se conserva con mimo en algunas zonas de Europa.
En algunos pueblos de la región leonesa se mantiene la costumbre de exhibir un muñeco unido al mayo en homenaje a algo, por ejemplo alguna profesión como la de pastor.
En Villafranca del Bierzo sus mayos son de carne y hueso, otro ejemplo de patrimonio cultural inmaterial.
Curiosa variante la de Jiménez de Jamuz en León, donde en vez de en un árbol, el muñeco se exhibe en una tarima. Fiesta declarada de interés turístico provincial.