En este libro editado por el Club Xeitu en 2017, se recogen numerosas curiosidades de las costumbres y ritos de los lacianiegos, gracias a las notas enviadas por Juan Alvarado al Ateneo de Madrid a principios del siglo XX sobre los aspectos antropológicos del valle de Laciana.
Entre otros aspectos, el profesor de la Escuela de Sierra Pambley da cuenta de los nombres más habituales en la zona, y anota que si antiguamente los más usuales eran Juan, Francisco, Antonio, Tirso, Toribio o Bartolomé, “hoy se ponen nombres rarísimos que ni están siquiera en el martirologio (en este caso el nombre añade el del santo del día”, siendo el nombre elegido por el padrino en el caso de que el niño fuera varón o la madrina en el caso de que la criatura fuera mujer. Entre esos nombres rarísimos, cita los de Genuario, Griseldo, Argimiro, Alipio, Elpidio, Hiparión, Pompeyo, Platón, Ovidio y Garcilaso para hombres, y Agripina, Benilde, Domitila, Luscinda, Tarsila, Alodia, Olina, Artemia, Elia, Niceta o Enedina, para las mujeres. Curiosamente, algunos de estos nombres han pasado de generación en generación hasta nuestros días.
“¿Procederá esto el que siendo reducido el número de apellidos, y estos muy comunes, resulta dificilísimo designar claramente a una persona?”, se pregunta Juan Alvarado, explicando que no bastaba el nombre de la casa para distinguir entre el vecindario a los niños, sino que era preciso dar mayores explicaciones: “Pepe, el de la tía Constancia de Melo, de Mingo de Lanza” (es decir, Pepe el hijo de Constancia, mujer de Manuel, de la casa de Domingo Lanza).