Nació en León en la segunda mitad del siglo III. Fue un centurión de la Legio VII Gemina, el campamento romano que dio origen a la ciudad.
Estuvo casado con la que sería también beatificada, Santa Nonia, y tuvieron nada menos que doce hijos.
Marcelo era un oficial militar que mandaba una centuria de soldados, por lo que seguramente era un hombre de plena confianza. En una ocasión, se hallaba nuestro protagonista en una fiesta celebrando el cumpleaños del emperador, día festivo en todo el imperio, y creyó que había llegado el momento perfecto de declararse públicamente como seguidor de Cristo. Además, decide quitarse los galones y renunciar a su vida militar allí mismo. Fue apresado y llevado ante la autoridad.
Le interroga el gobernador Fortunato en primera instancia el 28 de Julio del 298, al cual Marcelo explica lo sucedido y relata como se ha convertido al cristianismo, argumentando que no podía servir en ningún otro ejército que no sea el de Jesucristo, hijo de Dios omnipotente.
El gobernador Fortunato no sabe como reaccionar ante esta clase de insurrección de un oficial y cree que el asunto le queda grande, así que decide enviarle la “patata caliente” al viceprefecto Agricolano en Tánger.
Después de un viaje de casi tres meses, Marcelo llega a Tánger donde es juzgado y condenado a la decapitación por el viceprefecto.
En 1493 los restos del mártir fueron llevados a León, y desde entonces reposan en la iglesia que lleva su nombre.