El origen de esta raza es leonés, y proviene de una variedad de Mastín tibetano, una raza que al parecer introdujeron en la península los Celtas y Fenicios cruzándolos con razas locales. De la unión de estos antiguos canes desciende el Mastín leonés tal como lo conocemos ahora.
En tierra de lobos, el mastín leonés ha sido empleado para la guarda del ganado especialmente ovejas y vacas, desde tiempos inmemoriales.
Hasta hace bien poco, no había una familia ganadera que se precie que no tuviera mínimo un buen par de mastines leoneses que velaran por el terreno y sus animales.
El mastín leonés no sólo ha sido perro guardián, sino que desempeñó el papel de pastor trashumante por todo el país a través de cañadas reales que lo cruzan de norte a sur.
De pelaje liso y tupido, es una de las razas que mejor tolera el frío. Tiene un carácter noble y muy cariñoso con la familia, pero arisco y resolutivo con los extraños. Un sólo ladrido del mastín leonés bastará para alejar de la propiedad a los curiosos y alimañas y poner a salvo a los suyos. Y es que sus 100kg de adulto unido a su ladrido grave y potente imponen a cualquiera.
El crecimiento de la raza suele ser lento, y adquiere su máximo peso entre el primer y segundo año de vida.
La actividad física recomendada para esta raza es Alta